miércoles, 9 de febrero de 2011

El Grillo Blanco: Parada en Huarmey

   De todas maneras tienes que bajar del ómnibus, almuerces o no. Si almuerzas, es decir si tienes por lo menos ocho soles, ocupas una mesa o pides una gaseosa para acompañar el refrigerio que llevas para el viaje. Si sólo te alcanzó para el pasaje, vas al baño, te lavas, orinas, pasas el tiempo. Te sientas en los troncos recién barnizados y dispuestos en hilera contra la pared, aspiras el aire tibio, admiras el bien cuidado jardín, miras comer a los demás. Cualquier cosa da lo mismo; la comida es mala.

   En el baño, tuve la impresión de estar en un mausoleo del cementerio.  Tres enormes jarrones de plástico se exhiben llenos de flores comunes como geranios y achiras. Encuentras dispensadores de jabón líquido y papel higiénico, lo que hace suponer que en este restaurante las cosas están progresando, que los pasajeros tienen una atención especial. Sin embargo, cuando presionas el aparato, nada. No, miento:  si te sopla la mano. Y, por supuesto, tampoco encuentras papel.  A cambio, tienes restos de jabones, dos o tres en cada jabonera, de diferentes colores, a escoger, incluído  jabón de lavar ropa. ¿Qué lavaron antes, cuando eran nuevos?, ¿quién sabe!...

   Al concluir el tiempo señalado para almorzar, los pasajeros se dedican a pasear delante del restaurante. Es aquí donde esta rutina compartida por choferes y viajeros puede tener algún mensaje; nos encontramos  con un padre y su hijo que a sus escasos 7 ú 8 años está aprendiendo una forma de ganarse la vida y, salta acompañando, con atados de semillas en sus pantorrillas la monótona música de carnaval que prodigan una flauta y un pequeño tambor que toca el padre. Espero que les haya ido bien. Recibieron propina de algunos espectadores. Yo encontré una moneda de cinco soles que casualmente viajó en el bolsillo trasero de mi pantalón, más un poco de chicha morada destinada para el viaje. Fue para ellos.
Pienso que en Campomayo, su tierra natal la gente quizá está muy acostumbrada a su carnavalesca música y  ya no los premia. Entonces, nosotros tenemos la oportunidad de ser generosos premiando el ligero momento musical que acerca nuestro destino y, poder decir a mis hijos: "Está  enseñando a trabajar a su hijo", en tanto  Daniel ayuda a un joven ciego a subir al ómnibus...